viernes, enero 13, 2006

Perdido en Lomas Verdes


Toda una aventura la noche de hoy (13-ene-2005).

Hoy viernes nació el segundo retoño de mi buen amigo Ricardo. Así que debido a la gran amistad que nos une emprendí el viaje desde Toreo de Cuatro Caminos hasta el Hospital Rio de la Loza que se encuentra en Lomas Verdes, Naucalpan, Estado de México.

Primero un compañero, al terminar el esclavizante horario de mi fuente de trabajo hizo favor de dejarme en Av. Lomas Verdes frente a un Hospital. Cuando bajé de su coche y me despedí me doy cuenta que es un Hospital del IMSS y por lo que me comentó mi amigo Ricardo por teléfono, su hija no había nacido en el IMSS.

Oh, oh.

Al ver que no era el Hospital donde se encontraba mi amigo con su esposa y su hija (fue niña), comienzo a preguntar donde se encontraba el Hospital al que me dirigía. Nadie supo darme razón. Caminé hasta un restaurant frente al hospital donde me encontraba y nadie sabía de que hablaba.

Metros más adelante estaba una Gasolinería. Caminé hasta ahí y pregunté como llegar a mi destino. Cero, nadie entendía a donde iba; fue hasta que uno de los despachadores me dijo que hablara con alguno de los muchachos de esa misma Gasolinera que sí vivía por ahí.

¡Por fín! Este último si supo darme la referencia exacta de hacia donde ir. El tiempo apremiaba ya que la hora de visita era hasta las 8 y eran ya casi las 7:30 y yo aún perdido.

Después de abordar el colectivo que me dejaría lo mas cerca posible del Hospital, pedí al chofer que me avisara de cuando llegaramos a la Acrópolis(?).

Según Ricardo, la Acrópolis estaba pensada como un Centro Comercial con fachada al estilo de la Ciudad Griega del mismo nombre. Y vaya que si lo es, ya que al salir del Hospital vi la fachada de la misma. Pero me estoy adelantando.

El colectivo hizo gala de sus habilidades chafireteras y aventando lámina y claxonazos al por mayor me dejó en la Avenida sobre la que estaba el Hospital.

Después de caminar por una colina pavimentada y de pasar frente a una Iglesia donde se estaba oficiando misa, divisé mi objetivo: el hospital Rio de la Loza.

Al llegar a la entrada, me detiene el policía diciéndome que el horario de visita terminó a las 8:00. Eran las 8:10.

Después de dialogar con el me di por vencido. Simplemente estaba haciendo su trabajo: no permitir el acceso después del horario establecido. Pedí que avisara al cuarto donde se encontraba mi amigo con su esposa que estaba en la puerta para que alguien saliera a recibir el presente que le llevaba.

Mi amigo Ricardo salió y platicamos por escasos 15 minutos. Suficientes para decirnos lo necesario. Es lo bueno de los buenos amigos: no es necesario decir mucho para decir tantas cosas.

Después de la despedida comenzamos el regreso: ¡Gulp! ¡¿Cómo diablos bajar de ese cerro!?

Mi amigo me dijo que caminara sobre la avenida en donde me encontraba y encontraría la avenida donde cualquier pecero me dejaría en el Metro Cuatro Caminos. OK. Después de un rato pasó efectivamente un pecero que decía en su letrero Toreo. OK. Subí al mismo y me pusé a escribir mensajes en el celular, cuando de repente...

Comenzamos a subir de nuevo. ¿Qué? Pues sí, subimos de nuevo el cerro que se encontraba justo a un costado de dicha Avenida. ¡Demonios! El tonto de yo no me di cuenta que el pecero si, decía Toreo, pero no el de Cuatro Caminos. ¿ Y ahora?

Pues hacia abajo pensé. Todo lo que sube, baja de una u otra forma. Obvio.

Entonces me di cuenta que un pecero en sentido contrario decía METRO TOREO y me bajé inmediata-rápido del pecero en que iba.

Esperé y poco después pasó otro pecero en el que me subí y ahora sí, emprendí el camino de regreso.

No tardé mucho, ya que alrededor de las 9:10pm estaba ya en los torniquetes del Metro Cuatro Caminos. Debo reconocer que por más que me fijé sólo reconocí la Av. Gustavo Baz porque el resto del trayecto lo descocía por completo. Confié ciegamente en que el chofer me dejara en el paradero porque desde la mitad del trayecto venía solamente yo.

Afortunadamente estoy ya entrando en el Metro Pantitlán. Esta pequeña aventura fue emocionante. Claro, ahora que la escribo.

Gustavo Avilés
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